Érase una vez que los dioses comenzaron a agitar un árbol, dejando caer sus hojas para convertirse en seres humanos. De esa manera, el destino de las personas sería arrastrado por el viento. Pero una hoja terca se aferraría a la rama sin importar qué tan fuerte los dioses sacudieran el árbol. Tiempo más tarde, una larva encontraría casa en esa hoja y comería hasta madurar y, en vez de nacer una mariposa, veríamos un bebé. Alimentándose de la tierra y paseando por el bosque, el niño crecería entre fantasmas y dioses, hasta que un día un cazador lo encuentra llorando y lo lleva a su comunidad para adoptarlo y nombrarlo Moji. Moji es un hijo de los dioses y con poderes sobrenaturales. Puede lanzar rayos y partir ramas con un solo dedo. De un soplo puede generar vientos destructores y lastimar a todas las aves. Su poder llegó a concerse a lo largo del mundo, y todos los dioses querían enfrentarse a él y competir en poderes, hasta que todos fueron derrotados, incluso el poderoso sol. De esa lucha, el sol quedó tan fatigado que perdió toda su energía y no pudo ofrecer más luz. De pronto, todo oscureció y se tornó helado. De ese gran poder, Moji estuvo a punto de destruir a su gente y al mundo entero. Quizá el peor enemigo de Muji no sea el sol, sino él mismo y aquel demonio que dominó su corazón. El autor presta su talento para ilustrar los mitos y leyendas de Taiwán sobre páneles de madera para presentar toda su belleza y energía. Los tres argumentos que componen este libro están dispuestos sobre estos amplios escenarios. La historia que se describe está adaptada de los mitos fundacionales de la cultura Bunun en Taiwán.